La casa del hambre by Alexis Henderson

La casa del hambre by Alexis Henderson

autor:Alexis Henderson [Henderson, Alexis]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 2022-11-07T23:00:00+00:00


Lisavet le perdonó la vida al cachorro de zorro, pero sí que cazó dos jabalíes, un par de conejos que ahuyentó de su madriguera y una pequeña codorniz a la que abatió en el aire y justo en el ojo. Aquella noche, mientras la corte se reunía en el comedor para deleitarse con un festín de jabalí, Lisavet, que estaba algo demacrada y cansada, se retiró a sus aposentos privados. No se molestó en despedirse de Marion. De hecho, no le dijo nada en absoluto. Lisavet la había ignorado el resto de la cacería, y Marion sabía con una amarga certeza que, de alguna forma, la había decepcionado.

Marion observó a Ivor al otro lado del banquete, ebrio y con una capa de sudor sobre la piel, con una sirvienta apoyada en su rodilla y un tenedor de dos puntas en la mano, con el cual había apuñalado una grasienta oreja de jabalí. Desde su esquina de la mesa, le sonrió a Marion y farfulló algo acerca de un zorro a la fuga, y la chica que había en su rodilla estalló en carcajadas.

Ivor era sin duda pretencioso, pero aun así era un ser humano, y Marion casi lo había matado. Lo habría hecho si la bala hubiera acertado en el blanco. Al pensarlo, le ardieron las mejillas de la vergüenza. ¿Qué clase de depravación se había adueñado de ella durante la cacería? ¿En qué estaba pensando? Y ¿en qué había estado pensando Lisavet, que había exigido a Marion que sacrificara su posición, y lo que era más importante, su alma, al pedirle que quitara una vida?

Perturbada, Marion se excusó de la cena. Atravesó la cocina hasta las escaleras de los sirvientes, y subió hasta el tercer piso. Allí se abrió paso hasta la habitación de Lisavet y llamó a la puerta.

—Soy Marion.

—Entra.

Marion empujó la puerta y entró al salón. Encontró a Lisavet sentada en el escritorio que había en una esquina, con unas pinzas en una mano y un bisturí en la otra. Estaba destripando con mucho cuidado la codorniz a la que había abatido hacía solo unas horas. Trabajaba bajo la parpadeante luz de una sola bombilla eléctrica que había en uno de los extremos del escritorio.

—¿Qué quieres?

Marion le dio un empujón a la puerta para cerrarla a su espalda.

—¿De verdad querías que lo matara?

Lisavet frunció el ceño sin apartar la mirada de lo que estaba haciendo, teniendo cuidado de no atravesar los intestinos del ave al extraerlos.

—Si te digo que así es, ¿lo matarás esta noche?

—Yo… no, por supuesto que no…

—Entonces, ¿por qué preguntas?

—Porque no comprendo por qué le odias tanto —soltó abruptamente—. Ninguno de vosotros necesita nada. No sabéis lo que es morir de hambre, o tener que hacer un gran esfuerzo por conseguir algo, o dormir en las calles. Todos tenéis más que suficiente, y aun así encontráis las razones más estúpidas para odiaros los unos a los otros. ¿Por qué razón lucháis, si ya lo tenéis todo?

Exasperada, Lisavet soltó las herramientas. Dejó las pinzas a un lado del pájaro, y el bisturí al otro.



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